domingo, 9 de febrero de 2014

Perdón.

Esto es un intento de pedir perdón. Supongo que no me saldrá a la primera, pero igual si lo escribo mis remordimientos se van amainando poco a poco.

Perdóname. Por hacerte sentir triste cada vez que hacías aquello que pensabas que me iba a hacer feliz.

Perdóname. Por haberte engañado diciéndote qué era lo que me hacía feliz. 

Perdóname. Por todas las noches que te he hecho sentir terriblemente culpable y no te he dejado dormir. 

Perdóname. Por todas aquellas almohadas que has inundado con tus lágrimas porque pensabas que el error estaba en tí. Y porque pensabas que me ibas a perder. 

Perdóname. Por haberme regocijado con tu dolor.

Perdóname. Por haber aprovechado que estabas escuchando, para poder hablar mal de ti.

Perdóname. Por haber sido sincera con todo el mundo menos contigo. 

Perdóname. Por no haberte demostrado con suficiencia que eres la persona más importante en mi vida.

Perdóname. Por todas las promesas que salieron de mis labios y que sabía que jamás iba a cumplir.

Perdóname. Por aquella vez que me enfadé tantísimo y te dije tantas cosas que quisiste acabar con tu vida. 

Perdóname. Por haberme ido con otras personas en los momentos en los que más me necesitabas.

Perdóname. Por decirte que eras responsable por todo por lo que ha pasado tu familia.

Perdóname. Por haberte susurrado al oído que eras una mala persona.

Perdóname. Por haberte robado tu juventud. 

Por maltratarte físicamente.

Por decirte que no merecías ser feliz.

Por haberte convencido de que no necesitabas a nadie más. Sólo a mí. 

Por hacer que te escondieras cada vez que conocía a alguien nuevo.

Por haberte pisoteado todas aquellas veces que has estado en el suelo.

Por haberte dejado en el suelo.

Por haberte hecho huir cada vez que sabía que estabas a punto de ser feliz.

Por no haberte dejado arriesgar.

Por hacer de ti alguien asustadizo.

Perdóname por haber existido. 


Sé que estas palabras no van a hacer que todo el daño que te he hecho desaparezca. También sé que este perdón es también una forma de reconfortar un poco mi conciencia. Pero sobre todo me he dado cuenta de que era algo que necesitabas. Para seguir adelante. Porque a esta carta también la acompaña mi despedida.

Me voy. Lejos de aquí. Lejos de tí. Podría decir que espero volver algún día para mirar por una rendija si has podido conseguir ser un poco feliz, pero ni siquiera me merezco eso. Sólo espero que, ahora que no estaré, puedas volver a empezar. Un poco tarde, tal vez, pero quiero creer que tendrás tus ventajas con respecto a los demás. No hay nada como ser joven en un mundo de viejos. 

No sé lo que es el bien o el mal, ya han habido muchos señores con barbas largas intentando definir esos conceptos y no seré yo quien venga a dar más lecciones. Pero si te sirve de algo, debo confesar que soy una mala persona. Por tanto, nada de lo que eres ahora es culpa tuya. 

Eso sí, lo que pase de ahora en adelante sí lo es, y espero que agarres cada pliegue de esta vida con toda la energía que puedas. Y que te equivoques. Y que engañes y que te engañen. Y que sufras y te quedes. Y que empieces a arreglar las cosas en vez de seguir con las huidas a las que te acostumbré. 

Una vez me preguntaste que qué era el amor. Que si habían unos pasos a seguir para poder sentir eso de lo que todo el mundo habla.

Pues bien, me voy para que puedas tener esa característica común en toda la gente que ha sentido el amor alguna vez: Estar vivos.

Soy la muerte y jamás un muerto ha podido amar.

Adelante. Vive.


Hasta nunca. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario